LA MUJER QUE ESCRIBIÓ UN DICCIONARIO: MARÍA MOLINER RUIZ
María Moliner Ruiz nació en Paniza (Zaragoza) el 30 de marzo de 1900, en el seno del matrimonio formado por Enrique Moliner Sanz, médico rural, y Matilde Ruiz Lanaja: un ambiente familiar acomodado en el que los tres hijos que superaron los entonces tan frágiles años de la infancia —Enrique, María y Matilde— cursaron estudios superiores.
En 1902, según testimonio de la propia María Moliner, padres e hijos se trasladaron a Almazán (Soria) y, casi inmediatamente, a Madrid. En la capital los pequeños Moliner estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, donde fue, al parecer, don Américo Castro quien suscitó el interés por la expresión lingüística y por la gramática en la pequeña María.
Entre 1918 y 1921, María Moliner cursó la Licenciatura de Filosofía y Letras en la universidad cesaraugustana (sección de Historia), que culminó con sobresaliente y Premio Extraordinario.
Y en 1922 ingresó, por oposición, en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y obtuvo como primer destino el Archivo de Simancas.
Tras una breve estancia en Simancas, María Moliner pasa al Archivo de la Delegación de Hacienda de Murcia. Será en esa ciudad donde conocerá al que será su marido, Fernando Ramón y Ferrando, catedrático de Física. En Murcia nacerán sus dos hijos mayores (Enrique, médico, fallecido en octubre de 1999, y Fernando, arquitecto).
A principios de los años treinta, la familia se traslada a Valencia ( Fernando, a la Facultad de Ciencias; María, al Archivo de la Delegación de Hacienda de esa ciudad).
María prestó, asimismo, su colaboración entusiasta a las Misiones Pedagógicas de la República, dedicándose especialmente a la organización de las bibliotecas rurales. De hecho, escribió unas Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas ( publicadas sin nombre de autor en Valencia, en 1937), que fueron muy apreciadas, tanto en España como en el extranjero, y cuya presentación preliminar —«A los bibliotecarios rurales»— constituye una pieza conmovedora y un testimonio fehaciente de la fe de la autora en la cultura como vehículo para la regeneración de la sociedad
En esta etapa de su vida María ocupó puestos importantes de responsabilidad en el terreno de la organización de las bibliotecas populares. Ya en 1935, en el II Congreso Internacional de Bibliotecas y Bibliografía —el que inauguró Ortega—, ella había presentado una comunicación con el título «Bibliotecas rurales y redes de bibliotecas en España». En septiembre de 1936 fue llamada por el rector de la Universidad de Valencia, el Dr. Puche, para dirigir la Biblioteca universitaria, pero, ya en plena guerra civil, a finales de 1937, hubo de abandonar el puesto para entregarse de lleno a la dirección de la Oficina de Adquisición y Cambio Internacional de Publicaciones y para trabajar como vocal de la Sección de Bibliotecas del Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico. La lucidez y capacidad organizativa de María Moliner van a quedar plasmadas en las directrices que redacta como Proyecto de Plan de Bibliotecas del Estado, las cuales se publicarán a principios de 1939 —Pilar Faus (La lectura pública en España y el Plan de Bibliotecas de María Moliner, Madrid, Anabad, 1990.) considera dicho proyecto «el mejor plan bibliotecario de España».
Al término de la guerra civil, el conjunto de amigos de los Ramón Moliner, y ellos mismos, sufren represalias políticas. Bastantes de ellos se exilian. D.Fernando Ramón y Ferrando es suspendido de empleo y sueldo, trasladado después a Murcia (1944-1946) y rehabilitado en Salamanca a partir de 1946 (donde permanecerá hasta su jubilación en 1962).
Por su parte, María Moliner es depurada y sufre la pérdida de 18 puestos en el escalafón del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios (que recuperará en 1958). En 1946 pasará a dirigir la biblioteca de la E. T. Superior de Ingenieros Industriales de Madrid hasta su jubilación, en 1970.
En esta nueva etapa de su vida, particularmente cuando se instale en Madrid, criados ya sus hijos y separada físicamente de su marido una buena parte de la semana, María Moliner encontrará el tiempo para dedicarse a su interés intelectual más profundo: la pasión por las palabras.
Será entonces cuando comience (hacia 1950) el Diccionario de uso del español . Escribió sola, en su casa y con su propia mano el diccionario más completo, más útil y más divertido de la Lengua castellana. Se trata de una obra titánica y descomunal. Su Diccionario era de definiciones, de sinónimos, de expresiones y frases hechas, y de familias de palabras. Además, anticipó la ordenación de la Ll en la L, y de Ch en la C (criterio que la RAE no seguiría hasta 1994), o términos de uso ya común pero que la RAE no había admitido, como "cibernética", y agregó una gramática y una sintaxis con numerosos ejemplos. Como ella misma alguna vez afirmó, "El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad"... "Si yo me pongo a pensar qué es mi diccionario me acomete algo de presunción: es un diccionario único en el mundo".
La primera (y la única edición original autorizada por ella) fue publicada en 1966-67.
En 1998, se publicó una segunda edición que consta de dos volúmenes y un CD-ROM, así como una edición abreviada en un tomo. La tercera y última revisión fue editada en septiembre del 2007, en dos tomos.
Lo que Moliner esperaba una empresa "de seis meses" se alargó durante 15 años de vivir sepultada bajo miles de pequeñas fichas, cuya extensión medía su marido con una cinta métrica para mandarles noticias a los hijos. La bibliotecaria y lexicógrafa 'sobrevenida' se nutría sobre todo de periódicos, donde "viene el idioma vivo, el que se está usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad", decía.
María Moliner representa, sin duda, todo un estilo de ser mujer en el siglo XX: pertenece al grupo de las pioneras universitarias que ejercen, además, una profesión. Refleja, igualmente, una manera profundamente moral de realizarse como persona: claramente inteligente, y, al mismo tiempo, vigorosamente responsable y generosa para con los demás (a los que, como divisa, hay que entregar la obra perfecta en la medida de las posibilidades de cada uno). Sencilla, espontánea en sus reacciones y elegante al no ser elegida académica en 1972, María Moliner recibió su jubilación tan discretamente como había vivido, gozando con los pequeños detalles cotidianos (sus macetas, por ejemplo) y presumiendo con orgullo de sus nietos.
Las notas tristes de sus últimos años fueron la muerte de su marido y su propia, terrible, enfermedad: la arteriosclerosis cerebral que la privó de su lucidez desde 1975 aproximadamente, hasta su fallecimiento, el 22 de enero de 1981. (Información extraída de cvc.cervantes)
El siguiente enlace os lleva al artículo que publicó el escritor Gabriel García Márquez en el diario El País en 1981.